En un principio existió Caos, el punto de partida, un vacío primordial, una masa informe y confusa. De Caos surgieron Gea, la Gran Diosa Madre, diosa de la fecundidad y de la naturaleza; el Tártaro, cimiento del universo, lugar situado en las profundidades de la tierra; Eros, la fuerza elemental y primigenia del mundo, que asegura la continuidad de las especies; Érebo, tinieblas infernales; y la Noche, divinización de la oscuridad nocturna. De la unión de estas dos divinidades, Érebo y Noche, nacieron Éter, la región superior del firmamento, y Hémera, la divinización del día.
Gea, la diosa Tierra, engendró por sí sola dos hijos: Urano, deificación del cielo, y Ponto, divinización masculina del mar.
Estas primeras divinidades son fuerzas de la naturaleza, potencias primarias de los orígenes del mundo, que la imaginación de los hombres primitivos convirtió en dioses. A partir de éstos, se suceden generaciones de dioses antropomórficos, es decir, con aspecto humano.
Gea y Ponto se unieron y engendraron las primeras divinidades marinas (Nereo, Taumante, Forcis, Ceto y Eu-ribia ), de entre las que sobresale Nereo, el mayor de los hijos, representado como un amable y sabio anciano de blanca barca, del que nacerán las Nereidas, ninfas marinas.
Gea y Urano formaron pareja y engendraron a los Titanes, seis varones ( Océano, Ceo, Hiperión, Crío, Jápeto y Crono) y seis hembras (Tetis, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Dione y Tía ), divinidades con aspecto y rasgos humanos; a los tres Cíclopes (Arges, Estéropes y Brontes), seres gigantescos con un solo ojo circular en mitad de la frente, y a los tres Hecatonquiros (Briareo, Giges y Coto), seres de colosal tamaño con cien brazos y cincuenta cabezas.
Urano encerraba en el Tártaro a los hijos que iba engendrando su esposa Gea. Ésta, enojada por su manera de proceder, entregó una afilada hoz a Crono (Saturno entre los romanos), el menor de los Titanes, quien cortó los genitales de su padre Urano cuando iba a extenderse sobre la Diosa Madre. La sangre derramada de Urano al ser castrado fecundó la tierra y nacieron los Gigantes, seres terribles, de gran tamaño, aspecto humano, con larga cabellera y barba y serpientes en lugar de pies; y las Erinias, llamadas también Furias, las vengadoras de los crímenes, de aspecto terrorífico, con serpientes en lugar de cabellos y con una antorcha en la mano. Los genitales de Urano, arrojados al mar por Crono, al contacto con el agua, formaron una espuma, de la que nació Afrodita ( la romana Venus ), diosa del amor y de la belleza.
Este mito simboliza el poder devorador del tiempo, personificado en Crono, cuyo atributo más característico es el reloj de arena.
Crono (Saturno en Roma) y Rea (o Cibeles) ocuparon el lugar de la anterior pareja, Gea y Urano. Gea, conocedora del provenir, vaticinó que también Crono sería destronado por un hijo suyo. Por esta razón, el dios engullía a sus hijos conforme nacían. Ya había engullido a Hestia (la romana Vesta), Deméter (Ceres), Posidón (o Neptuno), Hades (en Roma, Plutón) y Hera (Juno entre los romanos), cuando Rea quedó embarazada de nuevo y dio a luz a Zeus (el todopoderoso Júpiter romano), pero, en esta ocasión, escondió al recién nacido en una cueva, en la isla de Creta, y le presentó a su esposo una piedra envuelta en pañales que éste se apresuró a tragar sin advertir el engaño. Entre tanto, Zeus era amamantado y criado en la isla por una cabra, Amaltea. Ésta mantenía al niño colgado de un árbol para que su padre no pudiera hallarlo ni en el cielo, ni en la tierra ni en el mar. Más tarde, cuando luchó contra los Titanes, Zeus se fabricó una armadura con la piel de la cabra, la égida. Cuéntase también que un día Zeus rompió, mientras jugaba, un cuerno de la cabra y prometió que ese cuerno se llenaría milagrosamente con todos los frutos deseados: es el “cuerno de Amaltea” o “Cuerno de la Abundancia”.
Ya adulto, Zeus, dio a su padre una pócima que hizo vomitar la piedra y, junto con ella, a todos sus hermanos, y, a continuación, se rebeló contra él.
A Zeus lo apoyaban, además de sus hermanos, los Cíclopes y los Hecatónquiros, encerrados en el Tártaro y liberados por él mismo. Los Cíclopes, agradecidos, forjaron para Zeus el trueno, el rayo y el relámpago; para Posidón, el tridente, y para Hades, un casco que volvía invisible al que lo portaba. Crono, por su parte, fue ayudado por la mayoría de los Titanes. La lucha duró diez años, al final de los cuales los Titanes fueron derrotados y encerrados en el Tártaro bajo la vigilancia de los Hecatónquiros. El titán Atlas, uno de los más destacados en la lucha, fue castigado a sostener eternamente la bóveda celeste sobre sus hombros.
Finalizada la lucha, los Crónicas se repartieron el dominio del mundo: a Posidón tocó el gobierno del mar, a Hades el mundo subterráneo y a Zeus le correspondió el dominio del cielo y el mando supremo sobre los demás dioses.
Los hijos de Zeus forman la segunda generación de dioses olímpicos. Todas las leyendas de los amores de Zeus tienen un fundamento religioso o genealógico, ya que Zeus, dios del cielo, traído a Grecia por pueblos invasores de origen indoeuropeo, fue asimilado y adorado prácticamente en todas las regiones griegas y en cada una de ellas se le unió o bien se le casó con una diosa local.
Estos divinos hijos de Zeus fueron Atenea (Minerva), Ares (Marte), Hefesto (Vulcano), Apolo y Ártemis (Diana), Hermes (Mercurio), Dioniso (Baco) y Afrodita (Venus), pues, según Homero, nació de la unión de Zeus y la Oceánide Dione. Todos estos dioses, junto con el soberano Zeus y sus hermanos, son llamados olímpicos por tener su morada en las nevadas cumbres del monte Olimpo, en la región de Tesalia.
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